CATECISMO DE HEIDELBERG

Enlace aqui para el articulo en Español

CATECISMO DE HEIDELBERG

Iglesia Bíblica Reformada “Valle de Gracia”
Celebrando la Gloria de Dios en Cristo

Un ministerio del Presbiterio Occidental
De la Iglesia Reformada en los Estados Unidos
(IREU/RCUS)

235 James St.
Shafter, CA 93263
Tel. (661) 910-2898
Copyright 2014 por la Iglesia Reformada en los Estados Unidos

INTRODUCCIÓN

El Catecismo de Heidelberg es uno de los frutos más finos de la Reforma. Resume la enseñanza esencial de la Reforma y ha sido sometido a prueba en el fuego de la aflicción. Diserta sobre Jesús como nuestro único consuelo en la vida y en la muerte, expone de una manera muy personal y elocuente lo que es necesario saber para que podamos vivir y morir en ese consuelo. Aquellos que el día de hoy ansían tener una hermosa declaración de la verdad bíblica encontrarán esta obra como un verdadero tesoro. Permanece tan fresca como cuando fue publicada por primera vez hace 450 años, y continúa teniendo un lugar atesorado en el seno de las iglesias reformadas en todo el mundo.
Su valor y encanto se pueden atribuir al menos a cuatro factores. Primero y principalmente se halla su mérito intrínseco de ser un resumen de la verdad bíblica, encarnando la simplicidad y profundidad de la enseñanza de la Escritura. Cristalizó la fe cristiana como fue entendida por los reformadores del siglo 16, especialmente por Juan Calvino. También demostró la continuidad con la iglesia primitiva en su estructura triple del Credo de los Apóstoles, la Ley y la Oración del Señor.
Segundo, el catecismo fue hermosamente diseñado para implementar un curso reformado de entrenamiento para los jóvenes y adultos. Aunque a veces se ha visto como un defecto, la extensión del catecismo hizo que suministrara un tratamiento en resumen de todo el alcance de la doctrina. Su lenguaje y cadencia de preguntas y respuestas se ganó el cariño de aquellos que buscaban una articulación de una teología consistentemente bíblica, y su división en Domingos o Días del Señor proporcionó un método ordenado de instrucción.
Tercero, esta común herramienta de instrucción capacitó al movimiento reformado para propagar una teología unificada. El recibimiento del catecismo por parte de los consistorios y sínodos en Alemania, los Países Bajos, Hungría y Suiza lo estableció como uno de los documentos delineadores del movimiento de la Reforma. La aprobación del Sínodo de Dordrecht (1618-19) hizo de él un estándar de la fe para los cristianos reformados.
Cuarto, debido a estos factores las congregaciones han implementado diligentemente la enseñanza del catecismo como una parte esencial de la instrucción cristiana. Es poco probable que el catecismo hubiera tenido una importancia perdurable si innumerables pastores y maestros a través de los siglos no hubieran implementado su uso en el ministerio regular de la iglesia.

Contenido y estructura

El propósito del Catecismo se puede ver en su título original: “Catecismo o Instrucción de la Doctrina Cristiana como es realizada por las Iglesias y Escuelas del Palatinado Electoral”. Sigue un formato de pregunta-respuesta para ayudar a que el estudiante obtenga un entendimiento claro de las doctrinas bíblicas básicas. La iglesia reformada históricamente ha enfatizado la necesidad de entrenar y alentar a que su juventud abrace la fe cristiana. Por esta razón aquellos que han sido bautizados son llamados a usar este catecismo en su preparación para confesar su fe y llegar a ser miembros comulgantes de la iglesia de Jesucristo.
El tema dominante se declara en la respuesta a la primera pregunta: ¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?”

Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no soy dueño de mi vida, sino que pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo, quien con Su preciosa sangre ha satisfecho completamente por todos mis pecados, y me ha redimido de todo el poder del diablo; y me preserva de tal manera que sin la voluntad de mi Padre celestial ni siquiera un solo cabello de mi cabeza puede caer; antes bien, todas las cosas tienen que funcionar conjuntamente para mi salvación. Por esa razón, por Su Espíritu Santo, Él también me asegura la vida eterna, y me dispone y prepara de todo corazón para vivir de ahora en adelante para Él.

Esta confesión trinitaria refleja Efesios 1 y los primeros credos de la iglesia. Su orden sigue el uso tradicional de la iglesia del Credo de los Apóstoles, los Diez Mandamientos y la Oración del Señor. Pero integra estos tres al usar el modelo que Pablo provee en su epístola a los Romanos: condenación, justificación y santificación. La pregunta 2 describe la resultante estructura triple del catecismo:

¿Cuántas cosas son necesarias que tú conozcas para que puedas vivir y morir felizmente en este consuelo?
Tres cosas: primero, la grandeza de mi pecado y miseria. Segundo, cómo soy redimido de todos mis pecados y miseria. Tercero, cómo debo agradecer a Dios por Su redención.

Este acrónimo –pecado, salvación y servicio (P-S-S); o culpa, gracia y gratitud (C-G-G)– nos facilita recordar esta estructura.
El catecismo está impregnado de un entendimiento de la gracia invencible del Dios trino. Afirma por completo la enseñanza clave de la Reforma de la justificación por fe solamente a través de la imputación de la justicia (rectitud) de Cristo. Pero habla de esto dentro del contexto del alcance total de la gracia soberana de Dios.

Trasfondo Histórico

El catecismo recibió el nombre de “Heidelberg” de la antigua ciudad capital del Bajo Palatinado alemán y de su célebre universidad. El establecimiento de este centro de aprendizaje data desde el año 1385.
La reforma del siglo 16 no fue favorecida inmediatamente en el Palatinado, aunque habían oído de Martín Lutero (1483-1546) ya desde 1518. La universidad estaba conectada con la iglesia de Roma y era difícil que alguien asumiera otra posición a la Reforma que no fuera de hostilidad.
No obstante, el impacto de la reforma hizo sentir su influencia. El domingo 20 de diciembre de 1545 cuando se iba a celebrar la misa en la iglesia principal de Heidelberg, el pueblo empezó a cantar el himno de la Reforma llamado “Ahora la salvación ha llegado a nosotros”. Pero la lucha por la reforma de la iglesia continuó otros diez años hasta que finalmente la Paz de Augsburgo (1555) estableció la libertad religiosa. El Colegio de Sapiencia (sabiduría), dedicado a la educación de los ministros, fue abierto pronto en el convento agustiniano de Heidelberg.
Sin embargo, la siguiente década resultó ser crítica para el movimiento de reforma. Los seguidores de Lutero estaban divididos: los ultra-luteranos mantenían la presencia corporal del Señor en el sacramento, mientras que los seguidores de su asociado, Felipe Melanchton (1497-1560), se atenían a la presencia espiritual de Cristo como lo enseñaba Calvino. El Palatinado, y especialmente Heidelberg, llegó a ser el campo de batalla para estas y otras facciones. La doctrina luterana finalmente quedó fijada en la Fórmula de Concordia, mientras que la influencia calvinista llegó a encarnarse en el Catecismo de Heidelberg. Tres figuras jugaron un rol importante en esta transformación.

Federico III
En 1559, el poder electoral del Palatinado pasó a manos de Federico III, quien puede ser llamado verdaderamente el padre del Catecismo de Heidelberg. Determinó llevar a cabo la reforma entre su pueblo sin hacer ninguna concesión. Esto significó que en el Palatinado el cristianismo sería ordenado y establecido tanto con respecto a doctrina y adoración siguiendo las perspectivas más completamente bíblicas de la fe reformada. Por esta razón, se hizo obligatorio que solamente las palabras bíblicas de la institución de la Cena del Señor se iban a usar en la celebración de la Cena. Todas las cruces, velas, altares y pinturas serían removidos de las iglesias, y se introdujo el canto de los Salmos en el idioma alemán. Los maestros y ministros contenciosos serían despedidos, y los de persuasión reformada serían llamados a llenar el púlpito y el atril. Fue en este contexto que dos jóvenes competentes, Caspar Oleviano y Zacarías Ursino, llegaron a Heidelberg.

Caspar Oleviano
Caspar Oleviano nació el 10 de Agosto de 1532 en la ciudad de Tréveris y era un joven dedicado diligentemente a sus estudios. Después de asistir a varias escuelas estudió jurisprudencia en la Universidad de Bourges. Uno de sus compañeros de clase era un hijo de Federico III. Trágicamente este joven prometedor y otros dos estudiantes se ahogaron cuando su bote se volcó al tratar de cruzar un río. Oleviano intentó rescatar a su amigo y casi pierde su propia vida en el esfuerzo. En esa ocasión y en ese mismo lugar hizo el voto de dedicar su vida al ministerio del evangelio.
Al terminar sus estudios viajó a Ginebra, Suiza, y asistió a las conferencias del renombrado teólogo Juan Calvino. En Zúrich entabló amistad con Heinrich Bullinger y Pedro Mártir Vermigli, y en Lausana con Teodoro Beza.
Pero fue el entusiasta reformador William Farel junto con Juan Calvino y Viret que prevalecieron sobre Oleviano para que regresara a su tierra natal para predicar. En 1559, a los 27 años, regresó a Tréveris donde se hizo cargo de una escuela y también empezó a predicar con un celo intrépido. Tréveris quedó conmocionada y Oleviano junto con otros líderes de la reforma fueron encarcelados. Después de diez meses de negociaciones fueron puestos en libertad bajo condición de grandes multas y destierro de la ciudad. El carácter de Caspar había sido puesto a prueba en el horno de la persecución mientras el Señor lo preparaba para una tarea mucho más grande.
Federico III, al recordar que Oleviano había arriesgado su vida para salvar a su hijo, y comprendiendo que él ahora estaba siendo perseguido y desterrado por causa del evangelio, lo llamó a Heidelberg. En 1560 llegó a ser conferenciante en la universidad y profesor de dogmática. Al año, empero, intercambió su posición por el pastorado de una iglesia de la ciudad. Oleviano estaba eminentemente cualificado y llamado por Cristo para jugar un rol clave en la diseminación de la doctrina reformada por medio de un nuevo catecismo.

Zacarías Ursino
Zacarías Ursino nació en Breslau, Silesia, el 18 de Julio de 1534 y entró a la Universidad de Wittenberg, Alemania, a los 16 años. Permaneció allí durante siete años durante los cuales llegó a estar fuertemente ligado a su eminente maestro Felipe Melanchton. Después de esto tuvo contacto personal con los líderes de la reforma en Heidelberg y Estrasburgo en Alemania; y en Basilea, Lausana, y en Ginebra, Suiza.
En 1558 llegó a ser el rector (director) del “gimnasio” Elizabetano, o preparatoria de Basilea, y se encontró en medio de un intenso debate acerca de si Cristo estaba material o espiritualmente en los elementos de la Santa Cena. Desde el principio Ursino reflejó las ideas de su maestro Melanchton, y por esta razón la ira de los ultra-luteranos se desató contra él y fue etiquetado como calvinista. Con mucha habilidad defendió su enseñanza sobre los sacramentos y la persona de Cristo en un tratado publicado, el cual no zanjó las diferencias como él esperaba, sino que solamente incrementó el antagonismo. A principios de 1560 renunció a su posición de rector declarando:

Iré a los de Zúrich, cuya reputación en efecto no es importante aquí, pero que tienen un nombre tan famoso entre las otras iglesias que no puede ser obscurecida por nuestros predicadores. Ellos son temerosos de Dios, hombres completamente doctos con quien he resuelto pasar mi vida. Dios proveerá lo demás.

Al llegar a Zúrich, renovó su amistad con Bullinger y Vermigli. En la providencia de Dios, Federico III acababa de solicitar a Vermigli para ayudar en la reforma en el Palatinado. Considerándose muy viejo para tal difícil encomienda, recomendó en su lugar a su joven pero muy capaz amigo, Ursino. De este modo el joven teólogo fue llamado a Heidelberg en 1561 y llegó a ser profesor y también rector (canciller) del Colegio de la Sapiencia.
Durante muchos años Ursino laboró en estas instituciones cristianas de aprendizaje, un erudito muy exigente en sus estudios y conferencias, si bien siempre claro y conciso en su presentación. Por esta razón él estaba eminentemente preparado para un rol dirigente en la preparación de un nuevo catecismo.

Publicación y recepción

En el Palatinado alemán numerosos catecismos ya estaban en uso; de hecho demasiados: su misma cantidad causaba una confusión sin fin, y ninguno recibía ninguna aprobación general y de todo corazón. Por lo tanto, se hizo evidente que se necesitaba un catecismo que fuese comprehensivo, en el cual todas las doctrinas claves fuesen expuestas con claridad, y no obstante tan simple que inclusive los niños pudieran entender las verdades de la salvación.
Federico III confió a sus teólogos y pastores la preparación de una declaración clara, concisa y popular de la doctrina cristiana en formato de catecismo que pudiera usarse en el hogar, la iglesia y la escuela. El trabajo preliminar fue realizado por la facultad de la universidad, pero la forma definitiva y su edición fueron encomendadas a Oleviano y Ursino.
El manuscrito finalizado, presentado al cierre del año 1562, recibió la aprobación cordial de toda la facultad y también de los pastores y maestros. Fue presentado al Sínodo, reunido en Heidelberg, y se aprobó una resolución para publicarlo inmediatamente por la autoridad del gobierno. La primera edición del nuevo catecismo salió de la imprenta con un prefacio por Federico III con fecha del 19 de Enero de 1563. La segunda y tercera edición, con adiciones menores junto con una traducción en Latín, fueron publicadas en 52 Domingos o Días del Señor para que se pudiera explicar cada año. La cuarta edición, publicada el 15 de Noviembre de 1563, como parte del Orden de la Iglesia del Palatinado, es considerada como el texto estándar.
La propagación e influencia de este librito dentro de los límites del Palatinado y en otras áreas de Europa excedió todas las expectativas, siendo recibido por los reformados en todas partes. Se hizo obligatorio en todas las escuelas e iglesias del Palatinado que se enseñara y leyera desde el púlpito cada domingo de acuerdo a sus Días del Señor. La predicación y exposición catequéticas fueron instituidas para el servicio de la tarde del domingo. Toda la educación, ya sea en el hogar, en las escuelas o en la universidad estaba basada en el catecismo, y el entrenamiento teológico de los estudiantes se centraba en torno al mismo. En el Colegio de la Sapiencia, Ursino inmediatamente empezó a impartir conferencias sobre su contenido, las cuales fueron publicadas posteriormente.
Pronto el catecismo fue adoptado por el Sínodo holandés de Wesel en 1568, por el Sínodo de Dort en 1571, y por el gran Sínodo ecuménico de Dort en 1618-19. Los delegados británicos en el Sínodo de Dort estuvieron de acuerdo de que ni en su propia iglesia ni en la iglesia de Francia había un catecismo tan adecuado y excelente. Comentaron: “nuestros hermanos reformados en el continente tienen un librito cuyas páginas no se pueden comprar ni con toneladas de oro”.
Además de la versión original en latín, al año de su publicación original aparecieron traducciones al holandés por Pedro Dateno y al alemán sajón. Estas fueron seguidas por traducciones al inglés y húngaro en 1567, al francés en 1570, al hebreo en 1580 y al griego en 1597. Durante los primeros años del siguiente siglo, el catecismo fue traducido al polaco, lituano, italiano, bohemio y rumano. Las Compañías Neerlandesas de las Indias Orientales y Occidentales fueron celosos promotores del catecismo de Heidelberg. Recorriendo el mundo con el catecismo, patrocinaron traducciones al malayo (1623), al javanés (1623), al español (1628), al portugués (1665), al singalés (1726) y al tamil (1754). Finalmente fue traducido a idiomas como el amhárico, sangiri, árabe, persa (farsi), chino y japonés. Hoy continúa siendo diseminado alrededor del mundo en muchos otros idiomas.

Crítica y defensa

La aparición de este catecismo suscitó una oposición inmediata por parte de la iglesia católica romana y del Emperador Maximiliano II. Particularmente se topó con una fuerte desaprobación por parte de los luteranos, ya que ondear una bandera reformada en la tierra de Lutero fue considerado como una traición de su nombre y recuerdo.
Tres años después en la Dieta de Augsburgo en 1566, Federico III fue acusado de “innovaciones” y del uso de un catecismo que no concordaba con la Confesión (luterana) de Augsburgo. Se le demandó que cambiara o repudiara el catecismo, y si rehusaba hacerlo sería excluido de la Paz del Imperio y sufriría las consecuencias. Al oír esto, Federico se retiró del salón por un momento.
Regresó prontamente con su hijo Casimir, quien llevaba una Biblia, y humilde pero firmemente empezó a hacer su defensa, testificando:

Su Majestad imperial, sigo con la convicción que le hice saber antes de que viniera aquí en persona, de que en asuntos de fe y consciencia reconozco solamente un Señor que es Señor de señores y Rey de reyes. Por eso digo que esto no es un asunto de la carne, sino del alma del hombre y de su salvación, el cual he recibido de mi Señor y Salvador Jesucristo. Estoy obligado a resguardar Su verdad. Con respecto al calvinismo, puedo decir delante de Dios y de mi consciencia cristiana como testigos que no he leído los libros de Calvino, al grado que puedo decir muy poco sobre lo que significa el calvinismo. Pero lo que mi catecismo enseña es lo que profeso. Este catecismo contiene en sus páginas prueba abundante de la Santa Escritura que permanecerá sin refutar por los hombres y también seguirá siendo mi creencia irrefutable. Con respecto a la Confesión de Augsburgo, su majestad sabe que la firmé de buena fe en Naumberg, y sigo dando fe a esa firma. Para lo demás, me conforto en esto: que mi Señor y Salvador Jesucristo me ha prometido y a todos los que creen en Él que cualquier pérdida por amor de su nombre aquí en la tierra nos será restaurada cien veces más en la vida venidera. Y con esto me entrego a la generosa consideración de su Majestad imperial.

El Señor honró la valiente defensa de la fe de Federico y le dio la victoria. Discrepando con el juicio del Emperador, la Dieta votó que el Elector del Palatinado fuese tratado como miembro de la Alianza de Augsburgo y dentro de la jurisdicción de la Paz del Imperio.

Versión en Español

La versión del Catecismo de Heidelberg, que por la gracia de Dios presentamos al pueblo de habla española, es una traducción realizada por el Rev. Valentín Alpuche en base a la versión moderna en inglés de la Iglesia Reformada en los Estados Unidos (RCUS por sus siglas en inglés). Esta traducción fue presentada para su aprobación al Sínodo No 269 de la RCUS realizado en la Iglesia Reformada Zion, en Menno, Dakota del Sur. Es nuestra oración que el Señor use este librito para instruir y fortalecer la fe de la iglesia.
CATECISMO DE HEIDELBERG

INTRODUCCIÓN

Día del Señor 1

1. ¿Cuál es tu único consuelo tanto en la vida como en la muerte?

Que yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte [1], no soy dueño de mi vida [2], sino que pertenezco a mi fiel Salvador Jesucristo [3], quien con Su preciosa sangre [4] ha satisfecho completamente por todos mis pecados [5], y me ha redimido de todo el poder del diablo [6]; y me preserva de tal manera [7] que sin la voluntad de mi Padre celestial ni siquiera un solo cabello de mi cabeza puede caer [8]; antes bien, todas las cosas tienen que funcionar conjuntamente para mi salvación [9]. Por esa razón, por Su Espíritu Santo, Él también me asegura la vida eterna [10], y me dispone y prepara de todo corazón para vivir de ahora en adelante para Él [11].

[1] Rom. 14:7–8.
[2] 1 Cor. 6:19.
[3] 1 Cor. 3:23.
[4] 1 Ped. 1:18–19.
[5] 1 Jn. 1:7; 2:2.
[6] 1 Jn. 3:8.
[7] Jn. 6:39.
[8] Mat. 10:29–30; Lc. 21:18.
[9] Rom. 8:28.
[10] 2 Cor. 1:21–22; Ef. 1:13–14; Rom. 8:16.
[11] Rom. 8:1.

2. ¿Cuántas cosas son necesarias que tú conozcas para que puedas vivir y morir felizmente en este consuelo?

Tres cosas [1]: primero, la grandeza de mi pecado y miseria [2]. Segundo, cómo soy redimido de todos mis pecados y miseria [3]. Tercero, cómo debo agradecer a Dios por Su redención [4].

[1] Lc. 24:46–47; 1 Cor. 6:11; Tit. 3:3–7.
[2] Jn. 9:41; 15:22.
[3] Jn. 17:3.
[4] Ef. 5:8–11; 1 Ped. 2:9–12; Rom. 6:11–14; Rom. 7:24–25; Gál. 3:13; Col. 3:17.
PRIMERA PARTE:

LA MISERIA DEL HOMBRE

Día del Señor 2

3. ¿Cómo conoces tu miseria?

Por la Ley de Dios [1].

[1] Rom. 3:20; Rom. 7:7.

4. ¿Qué requiere la Ley de Dios de nosotros?

Cristo nos lo enseña resumidamente en Mateo 22:37-40: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» [1].

[1] Mat. 22:37–40; Lc. 10:27. Deut. 6:5. Gál. 5:14.
5. ¿Puedes guardar todo esto perfectamente?

No [1], porque por naturaleza estoy inclinado a odiar a Dios y a mi prójimo [2].

[1] Rom. 3:10–12, 23; 1 Jn. 1:8, 10.
[2] Rom. 8:7; Ef. 2:3.

Día del Señor 3

6. ¿Creó pues Dios al hombre tan malo y perverso?

No [1], sino que Dios creó al hombre bueno y a Su imagen [2], es decir, en justicia y verdadera santidad, para que pudiera conocer correctamente a Dios su Creador, amarle de todo corazón, y vivir con Él en eterna bienaventuranza, para alabarle y glorificarle [3].

[1] Gén. 1:31.
[2] Gén. 1:26–27.
[3] 2 Cor. 3:18; Col. 3:10; Ef. 4:24.
7. Entonces, ¿de dónde proviene esta naturaleza depravada del ser humano?

De la caída y desobediencia de nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el Paraíso [1], por lo cual nuestra naturaleza se corrompió tanto que todos somos concebidos y nacidos en pecado [2].

[1] Gén. 3 (todo el capítulo). Rom. 5:12, 18–19.
[2] Sal. 51:5; Sal. 14:2–3.

8. Pero, ¿estamos tan depravados que somos completamente incapaces de hacer algún bien e inclinados a todo mal?

Sí [1], a menos que por el Espíritu Santo nazcamos de nuevo [2].

[1] Jn. 3:6; Gn. 6:5; Job 14:4; Isa. 53:6.
[2] Jn. 3:5; Gn. 8:21; 2 Cor. 3:5; Rom. 7:18; Jer. 17:9.

Día del Señor 4

9. Pero, ¿no comete Dios una injusticia al hombre al mandarle en Su Ley lo que no puede hacer?

No, porque Dios hizo al hombre de tal manera que pudiera obedecer Su Ley [1]; pero el hombre, por la instigación del diablo, desobedeciendo voluntariamente se privó a sí mismo y a todos sus descendientes de esos dones divinos [2].

[1] Ef. 4:24.
[2] Rom. 5:12.

10. ¿Permitirá Dios que tal desobediencia y apostasía queden sin castigo?

De ninguna manera [1], sino que Él está terriblemente enojado contra nuestro pecado original como también contra nuestros pecados actuales, y los va a castigar con un juicio justo en el tiempo y en la eternidad, como Él lo ha declarado: «Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas» [2].

[1] Heb. 9:27.
[2] Deut. 27:26; Gál. 3:10; Rom. 1:18; Mat. 25:41.

11. Pero, ¿no es Dios también misericordioso?

Dios es, sin duda alguna, misericordioso [1]; pero Él también es justo [2]. Por lo tanto, Su justicia requiere que el pecado que se comete en contra de la altísima majestad de Dios sea castigado con un castigo extremo, es decir, con un castigo eterno del cuerpo y del alma.

[1] Ex. 34:6–7.
[2] Ex. 20:5; Sal. 5:5–6; 2 Cor. 6:14–16; Ap. 14:11.
SEGUNDA PARTE:

LA REDENCIÓN DEL HOMBRE

Día del Señor 5

12. Entonces, si por el justo juicio de Dios merecemos castigos temporales y eternos, ¿cómo podemos escaparnos de este castigo y ser recibidos otra vez en el favor de Dios?

Dios quiere que se satisfaga Su justicia [1]; por lo tanto, tenemos que satisfacer completamente Su justicia, ya sea por nosotros mismos o por alguien más [2].

[1] Ex. 20:5; 23:7.
[2] Rom. 8:3–4.

13. ¿Podemos nosotros mismos hacer esta satisfacción?

De ninguna manera; al contrario, nosotros diariamente incrementamos nuestra culpa [1].

[1] Job 9:2–3; 15:15–16; Mat. 6:12; 16:26.

14. ¿Puede alguna simple criatura hacer satisfacción por nosotros?

Ninguna, primero porque Dios no va a castigar a ninguna otra criatura por el pecado que el hombre cometió [1]; segundo, porque una simple criatura no puede soportar la carga de la ira eterna de Dios en contra del pecado [2] y redimir a otros de ella.

[1] Heb. 2:14–18.
[2] Sal. 130:3.
15. Entonces, ¿qué clase de Mediador y Redentor tenemos que buscar?

Uno que sea verdadero hombre [1] y perfectamente justo [2], y no obstante más poderoso que todas las criaturas, es decir, uno que sea también verdadero Dios [3].

[1] 1 Cor. 15:21–22, 25–26.
[2] Jer. 13:16; Isa. 53:11; 2 Cor. 5:21; Heb. 7:15–16.
[3] Isa. 7:14; Heb. 7:26.
Día del Señor 6

16. ¿Por qué tiene que ser verdadero hombre y perfectamente justo?

Porque la justicia de Dios requiere [1] que la misma naturaleza humana que ha pecado debe hacer satisfacción por el pecado. Pero uno que es pecador no puede satisfacer por otros [2].

[1] Rom: 5:15.
[2] Isa. 53:3–5.

17. ¿Por qué tiene que ser también verdadero Dios?

Para que por el poder de Su Divinidad pueda llevar en su humanidad la carga de la ira de Dios [1], y así obtener [2] y restaurar en nosotros la justicia y la vida [3].

[1] Isa. 53:8; Hch. 2:24.
[2] Jn. 3:16; Hch. 20:28.
[3] 1 Jn. 1:2.

18. Pero, ¿quién es ahora ese Mediador, que en una persona es verdadero Dios y también verdadero hombre, y perfectamente justo?

Nuestro Señor Jesucristo [1], quien nos ha sido dado gratuitamente para una completa redención y justificación [2].

[1] Mat. 1:23; 1 Tim. 3:16; Lc. 2:11.
[2] 1 Cor. 1:30; Hch. 4:12.

19. ¿De dónde sabes esto?

Del Santo Evangelio, que Dios mismo reveló primero en el Paraíso [1], después lo proclamó por los santos patriarcas y profetas [2], y lo anunció de antemano por los sacrificios y otras ceremonias de la Ley [3], y finalmente lo cumplió por Su bien amado Hijo [4].

[1] Gén. 3:15.
[2] Gén. 22:18; 49:10–11; Rom. 1:2; Heb. 1:1; Hch. 3:22–24; 10:43.
[3] Jn. 5:46. Heb. 10:7.
[4]Rom. 10:4; Gál. 4:4–5; *Heb. 10:1.
Día del Señor 7

20. Entonces, ¿son salvados por Cristo todos los hombres que han perecido en Adán?

No, solamente aquellos que por la verdadera fe son injertados en Él y reciben todos sus beneficios [1].

[1] Jn. 1:12–13; 1 Cor. 15:22; Sal. 2:12; Rom. 11:20; Heb. 4:2–3; 10:39.

21. ¿Qué es la verdadera fe?

La verdadera fe no es únicamente un conocimiento seguro por el cual tengo por verdadero todo lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra [1], sino también una verdadera confianza [2] que el Espíritu Santo [3] produce en mí por el Evangelio [4], de que no solamente a otros, sino que también a mí mismo Dios me da gratuitamente [5] el perdón de pecados, la justicia eterna y la salvación sólo por gracia y únicamente por amor a los méritos de Cristo [6].
[1] Stg. 1:6.
[2] Rom. 4:16–18; 5:1.
[3] 2 Cor. 4:13; Fil. 1:19, 29.
[4] Rom. 1:16; 10:17.
[5] Heb. 11:1–2; Rom. 1:17.
[6] Ef. 2:7–9; Rom. 3:24–25; Gal. 2:16; Hch. 10:43.

22. Entonces, ¿qué es necesario que crea un cristiano?

Todo lo que nos está prometido en el Evangelio [1], lo cual los artículos de nuestra fe verdadera y universal nos lo enseñan resumidamente.

[1] Jn. 20:31; Mat. 28:20. 2 Ped. 1:21; 2 Tim. 3:15.

23. ¿Cuáles son estos artículos?

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su Hijo Unigénito, nuestro Señor,
Que fue concebido por el Espíritu Santo,
Nació de la virgen María,
Sufrió bajo el poder de Poncio Pilato,
Fue crucificado, muerto y sepultado,
Descendió al infierno,
Al tercer día resucitó de entre los muertos,
Subió a los cielos,
Y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso.
Y desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo,
La santa iglesia católica,
La comunión de los santos,
El perdón de los pecados,
La resurrección de la carne
Y la vida eterna. Amén.

Día del Señor 8

24. ¿Cómo se dividen estos artículos?

En tres partes: la primera es de Dios el Padre y nuestra creación; la segunda de Dios el Hijo y nuestra redención; y la tercera de Dios el Espíritu Santo y nuestra santificación [1].

[1] 1 Ped. 1:2; 1 Jn. 5:7.

25. Ya que sólo hay un Ser divino [1], ¿por qué hablas de tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo?

Porque Dios se ha revelado así en Su Palabra [2], de manera que estas tres personas distintas son el único, verdadero y eterno Dios.

[1] Deut. 6:4.
[2] Isa. 61:1; Sal. 110:1; Mat. 3:16–17; 28:19; 1 Jn. 5:7; 2 Cor. 13:14.
Dios el Padre

Día del Señor 9

26. ¿Qué crees cuando dices: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra»?

Que el eterno Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien de la nada hizo el cielo y la tierra con todo lo que está en ellos [1], quien asimismo los sostiene y gobierna por Su eterno consejo y providencia [2], es por amor a Cristo, Su Hijo, mi Dios y mi Padre [3], en quien yo confío de tal manera que no tengo ninguna duda de que Él me proveerá todas las cosas necesarias para mi alma y mi cuerpo [4]; y además que cualquier mal que me envíe en este valle de lágrimas, lo cambiará para mi bien [5], porque Él puede hacerlo, siendo Dios Todopoderoso [6], y lo quiere hacer también, siendo un Padre fiel [7].

[1] Gén. 1:31; Sal. 33:6; Col. 1:16; Heb. 11:3.
[2] Sal. 104:2–5; Mat. 10:30; Heb. 1:3; Sal. 115:3; Hch 17:24–25.
[3] Jn. 1:12; Rom. 8:15; Gál. 4:5–7; Ef. 1:5; Ef. 3:14–16; Mat. 6:8.
[4] Sal. 55:22; Matt. 6:25–26; Lc. 12:22–24; Sal. 90:1–2.
[5] Rom. 8:28; Hch 17:27–28.
[6] Rom. 10:12.
[7] Mat. 7:9–11; Núm. 23:19.

Día del Señor 10

27. ¿Qué entiendes por la Providencia de Dios?

El poder todopoderoso de Dios y presente en todo lugar [1] por el cual, como si fuera por Su propia mano, Él todavía sustenta el cielo y la tierra con todas las criaturas [2]; y los gobierna de tal manera que las plantas y árboles, la lluvia y la sequía, los años fructíferos y los de escasez, la comida y la bebida [3], la salud y la enfermedad [4], la riqueza y la pobreza [5], y en fin, todas las cosas, no suceden por casualidad sino por Su mano paternal.

[1] Hch. 17:25–26.
[2] Heb. 1:3.
[3] Jer. 5:24; Hch. 14:17.
[4] Jn. 9:3.
[5] Prov. 22:2; Sal. 103:19; Rom. 5:3–5a.

28. ¿De qué nos aprovecha saber que Dios creó todas las cosas y por Su providencia las sustenta?

Para que seamos pacientes en la adversidad [1], agradecidos en la prosperidad [2], y para lo que viene en el futuro tengamos una buena confianza en nuestro Dios y Padre fiel, de que ninguna cosa creada nos podrá separar de Su amor [3], ya que todas las cosas creadas están en Sus manos de tal manera que, sin Su voluntad, no pueden ni siquiera moverse [4].

[1] Rom. 5:3; Stg. 1:3; Job 1:21.
[2] Deut. 8:10; 1 Tes. 5:18.
[3] Rom. 8:35, 38–39.
[4] Job 1:12; Hch. 17:25–28; Prov. 21:1; Sal. 71:7; 2 Cor. 1:10.

Dios el Hijo

Día del Señor 11

29. ¿Por qué al Hijo de Dios se le llama «Jesús», es decir, Salvador?

Porque Él nos salva de todos nuestros pecados [1], y porque en ningún otro se debe buscar ni se puede encontrar salvación [2].

[1] Mat. 1:21; Heb. 7:25.
[2] Hch. 4:12; Lc. 2:10–11.

30. ¿Creen también en el único Salvador Jesús aquellos que buscan su salvación y bienestar en los santos, en sí mismos o en cualquiera otra parte?

No, porque aunque de boca se gloríen de tenerle por Salvador, no obstante con sus hechos niegan al único Salvador Jesús [1]. Porque, o Jesús no es un completo Salvador, o aquellos que por la verdadera fe reciben a este Salvador, tienen que tener en Él todo lo que es necesario para su salvación [2].
[1] 1 Cor. 1:13, 30–31; Gál. 5:4.
[2] Isa. 9:7; Col. 1:20; 2:10; Jn. 1:16; Mat. 23:28.
Día del Señor 12

31. ¿Por qué se le llama «Cristo», es decir, Ungido?

Porque Él fue ordenado por Dios el Padre y ungido con el Espíritu Santo [1] para ser nuestro supremo Profeta y Maestro [2], quien nos ha revelado completamente el secreto consejo y voluntad de Dios con respecto a nuestra redención [3]; y para ser nuestro Sumo Sacerdote [4], quien por el único sacrificio de Su cuerpo, nos ha redimido y vive eternamente para interceder por nosotros ante el Padre [5]; y para ser nuestro eterno Rey, quien nos gobierna por Su Palabra y Espíritu, y nos defiende y preserva en la salvación que obtuvo para nosotros [6].

[1] Heb. 1:9.
[2] Deut. 18:15; Hch. 3:22.
[3] Jn. 1:18; 15:15.
[4] Sal. 110:4; Heb. 7:21.
[5] Rom. 5:9–10.
[6] Sal. 2:6; Lc. 1:33; Mat. 28:18; Isa. 61:1–2; 1 Ped. 2:24; Ap. 19:16.

32. ¿Por qué te llaman «cristiano»?

Porque por la fe soy un miembro de Cristo [1] y de ese modo participante de Su unción [2], a fin de que yo también confiese Su Nombre [3], me ofrezca a mí mismo en sacrificio vivo de gratitud a Él [4], y con una consciencia libre pueda luchar en contra del pecado y el diablo en esta vida [5], y finalmente, para que después de esta vida reine con Él eternamente sobre todas las criaturas [6].

[1] Hch. 11:26; 1 Jn. 2:27; 1 Jn. 2:20.
[2] Hch. 2:17.
[3] Mrc. 8:38.
[4] Rom. 12:1; Ap. 5:8, 10; 1 Ped. 2:9; Ap. 1:6.
[5] 1 Tim. 1:18–19.
[6] 2 Tim. 2:12; Ef. 6:12; Ap. 3:21.

Día del Señor 13

33. ¿Por qué se le llama «Hijo unigénito» de Dios si nosotros también somos hijos de Dios?

Porque sólo Cristo es el Hijo eterno y natural de Dios [1]; en cambio nosotros somos hijos de Dios por adopción, a través de la gracia, por amor de Cristo [2].

[1] Jn. 1:14, 18.
[2] Rom. 8:15–17; Ef. 1:5–6; 1 Jn. 3:1.

34. ¿Por qué le llamas «nuestro Señor»?

Porque no con oro o plata sino con Su preciosa sangre Él nos ha redimido y comprado en alma y cuerpo del pecado, y de todo el poder del diablo para ser de Su propiedad [1].

[1] 1 Ped. 1:18–19; 2:9; 1 Cor. 6:20; 7:23; Hch. 2:36; Tit. 2:14; Col. 1:14.

Día del Señor 14

35. ¿Qué significa que fue «concebido por el Espíritu Santo, nació de la virgen María»?

Que el Hijo eterno de Dios, quien es [1] y continúa siendo verdadero y eterno Dios [2], tomó sobre Sí mismo la misma naturaleza del hombre de la carne y sangre de la virgen María [3], por la operación del Espíritu Santo [4]; para que así pudiera ser también la verdadera simiente de David [5], hecho semejante a Sus hermanos en todas las cosas [6], excepto en el pecado [7].

[1] Jn. 1:1; Rom. 1:3–4.
[2] Rom. 9:5.
[3] Gál. 4:4; Jn. 1:14.
[4] Mat. 1:18–20; Lc. 1:35.
[5] Sal. 132:11.
[6] Fil. 2:7.
[7] Heb. 4:15; 1 Jn. 5:20.

36. ¿Qué beneficio recibes de la santa concepción y nacimiento de Cristo?

Que Él es nuestro Mediador [1], y con Su inocencia y perfecta santidad cubre, a la vista de Dios, mi pecado en el cual fui concebido [2].

[1] Heb. 2:16–17.
[2] Sal. 32:1; 1 Jn. 1:9.

Día del Señor 15

37. ¿Qué entiendes por la palabra «sufrió»?

Que todo el tiempo que Él vivió en la tierra, pero especialmente al final de Su vida, Él cargó, en cuerpo y alma, la ira de Dios en contra del pecado de toda la raza humana [1]; a fin de que por medio de Su sufrimiento, como el único sacrificio expiatorio [2], pudiera redimir nuestro cuerpo y alma de la condenación eterna, y obtener para nosotros la gracia de Dios, la justicia y la vida eterna.

[1] 1 Ped. 2:24; Isa. 53:12.
[2] 1 Jn. 2:2; 4:10; Rom. 3:25–26; Sal. 22:14–16; Mat. 26:38; Rom. 5:6.

38. ¿Por qué sufrió «bajo el poder de Poncio Pilato» quien era juez?

Para que Él, siendo inocente, pudiera ser condenado por el juez temporal [1], y de esa manera librarnos del severo juicio de Dios, al cual estábamos sometidos [2].

[1] Hch. 4:27–28; Lc. 23:13–15; Jn. 19:4.
[2] Sal. 69:4; 2 Cor. 5:21; Mat. 27:24.

39. ¿Es más importante que el Hijo de Dios muriera «crucificado» en vez sufrir y morir de otro modo?

Sí, porque solamente así tengo la seguridad de que Él cargó sobre Sí mismo la maldición que estaba sobre mí [1], ya que la muerte de la cruz era maldita por Dios [2].

[1] Gál. 3:13–14.
[2] Deut. 21:22–23; Fil. 2:8.

Día del Señor 16

40. ¿Por qué fue necesario que Cristo sufriera la «muerte»?

Porque la justicia y la verdad de Dios [1] requerían que la satisfacción por nuestros pecados no podía hacerse de otra manera que por la muerte del Hijo de Dios [2].

[1] Gén. 2:17.
[2] Heb. 2:9; Rom. 6:23.

41. ¿Por qué fue «sepultado»?

Para probar por ello que estaba verdaderamente muerto [1].

[1] Mat. 27:59–60; Jn. 19:38–42; Hch. 13:29.

42. Entonces, ya que Cristo murió por nosotros, ¿por qué nosotros también tenemos que morir?

Nuestra muerte no es una satisfacción por nuestro pecado, sino solamente un morir al pecado y un entrar a la vida eterna [1].

[1] Jn. 5:24; Fil. 1:23; Rom. 7:24–25.

43. ¿Qué otro beneficio recibimos del sacrificio y la muerte de Cristo en la cruz?

Que por Su poder nuestro viejo hombre está crucificado, muerto y sepultado con Él [1]; para que los malos deseos pecaminosos de la carne ya no reinen más en nosotros [2], sino que nos ofrezcamos a Él en sacrificio de gratitud [3].

[1] Rom. 6:6–8; Col. 2:12.
[2] Rom. 6:12.
[3] Rom. 12:1; 2 Cor. 5:15.

44. ¿Por qué se añade: «descendió al infierno»?

Para que en mis más graves tentaciones tenga la seguridad de que Cristo mi Señor, por Su angustia inexplicable, dolores y terrores que sufrió en Su alma en y antes de la cruz, me ha redimido de la angustia y tormento del infierno [1].

[1] Isa. 53:10; Mat. 27:46; Sal. 18:5; 116:3.
Día del Señor 17

45. ¿Qué beneficio recibimos de la «resurrección» de Cristo?

Primero, por Su resurrección Él ha derrotado a la muerte, para que pudiera hacernos participantes de la justicia que obtuvo para nosotros por Su muerte [1]. Segundo, por Su poder nosotros también somos resucitados ahora a una nueva vida [2]. Tercero, la resurrección de Cristo es para nosotros una garantía segura de nuestra bendita resurrección [3].

[1] 1 Cor. 15:15,17, 54–55. Rom. 4:25; 1 Ped. 1:3–4, 21.
[2] Rom. 6:4; Col. 3:1–4; Ef. 2:5.
[3] 1 Cor. 15:12; Rom. 8:11; 1 Cor. 15:20–21.

46. ¿Qué entiendes por las palabras «subió a los cielos»?

Que Cristo, a la vista de Sus discípulos, fue llevado de la tierra al cielo [1], y continúa allí a nuestro favor [2] hasta que regrese otra vez para juzgar a los vivos y a los muertos [3].

[1] Hch. 1:9; Mat. 26:64; Mrc. 16:19; Lc. 24:51.
[2] Heb. 4:14; 7:24–25; 9:11; Rom. 8:34. Eph. 4:10.
[3] Hch. 1:11; Matt. 24:30; Hch. 3:20–21.

47. Pero, ¿no está Cristo con nosotros hasta el fin del mundo, como lo ha prometido? [1]

Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios. De acuerdo a Su naturaleza humana, Él no está ahora en la tierra [2]; pero de acuerdo a Su Divinidad, majestad, gracia y Espíritu, Él nunca está ausente de nosotros [3].

[1] Mat. 28:20.
[2] Mat. 26:11; Jn. 16:28; 17:11.
[3] Jn. 14:17–18; 16:13; Ef. 4:8; Mat. 18:20; Heb. 8:4.

48. Pero, ¿no se separan, de esta manera, las dos naturalezas en Cristo si la humanidad no está dondequiera que esté la Divinidad?

De ninguna manera, porque ya que la Divinidad es incomprehensible y está presente en todas partes [1], necesariamente se sigue que la misma no está limitada a la naturaleza humana que Él ha asumido, y sin embargo permanece personalmente unida a ella [2].

[1] Hch. 7:49; Jer. 23:24.
[2] Col. 2:9; Jn. 3:13; 11:15; Mat. 28:6; Jn. 1:48.

Día del Señor 18

49. ¿Qué beneficio recibimos de la ascensión de Cristo al cielo?

Primero, que Él es nuestro Abogado en la presencia de Su Padre en el cielo [1]. Segundo, que tenemos nuestra carne en el cielo como una garantía segura de que, Él como la Cabeza, también nos llevará a nosotros, Sus miembros, hacía Sí mismo [2]. Tercero, que Él nos envía Su Espíritu como una garantía [3], por cuyo poder buscamos las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, y no las cosas de la tierra [4].

[1] 1 Jn. 2:1; Rom. 8:34.
[2] Jn. 14:2; 20:17; Ef. 2:6.
[3] Jn. 14:16; Hch. 2:33; 2 Cor. 5:5.
[4] Col. 3:1; Jn. 14:3; Heb. 9:24.

50. ¿Por qué se añade: «y está sentado a la diestra de Dios»?

Porque Cristo subió al cielo con este fin: para que pudiera aparecer allí como la Cabeza de Su Iglesia [1], por quien el Padre gobierna todas las cosas [2].

[1] Ef. 1:20–23; Col. 1:18.
[2] Jn. 5:22; 1 Ped. 3:22; Sal. 110:1.

Día del Señor 19

51. ¿Cómo nos beneficia esta gloria de Cristo, nuestra Cabeza?

Primero, que por Su Espíritu Santo Él derrama dones celestiales sobre nosotros, Sus miembros [1]; segundo, que por Su poder nos defiende y preserva en contra de todos nuestros enemigos [2].

[1] Ef. 4:10–12.
[2] Sal. 2:9; Jn. 10:28–30; 1 Cor. 15:25–26; Hch. 2:33.

52. ¿Cómo te consuela que Cristo «vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos»?

Que en todos mis dolores y persecuciones, yo, con la cabeza erguida, espero a Aquel mismo que se ofreció por mí al juicio de Dios y removió toda maldición de mí, que regrese del cielo como Juez [1], quien echará a todos Sus enemigos y los míos a la condenación eterna [2]; pero a mí, con todos Sus elegidos, nos llevará con Él al gozo y gloria celestiales [3].

[1] Lc. 21:28; Rom. 8:23–24; Fil. 3:20–21; Tit. 2:13.
[2] 2 Tes. 1:6, 10; 1 Tes. 4:16–18; Mat. 25:41.
[3] Hch. 1:10–11; Heb. 9:28.
Dios el Espíritu Santo

Día del Señor 20

53. ¿Qué crees acerca del «Espíritu Santo»?

Primero, que Él es Dios eterno junto con el Padre y el Hijo [1]. Segundo, que Él también me ha sido dado [2], y por medio de la verdadera fe me hace un participante de Cristo y de todos Sus beneficios [3], me consuela [4] y morará conmigo para siempre [5].

[1] Gén. 1:2; Isa. 48:16; 1 Cor. 3:16; 6:19; Hch 5:3–4.
[2] Mat. 28:19; 2 Cor. 1:21–22.
[3] 1 Ped. 1:2; 1 Cor. 6:17.
[4] Hch. 9:31.
[5] Jn. 14:16; 1 Ped. 4:14; 1 Jn. 4:13; Rom. 15:13.

Día del Señor 21

54. ¿Qué crees acerca de la «santa Iglesia universal»?

Que de toda la raza humana [1], desde el principio hasta el fin del mundo [2], el Hijo de Dios [3], por Su Espíritu y Palabra [4], congrega, defiende y preserva para Sí mismo y para la vida eterna una comunión elegida [5] en la unidad de la verdadera fe [6]; y que yo soy, y permaneceré para siempre, un miembro vivo de esta comunión [7].

[1] Gén. 26:4.
[2] Jn. 10:10.
[3] Ef. 1:10–13.
[4] Rom. 1:16; Isa. 59:21; Rom. 10:14–17; Ef. 5:26.
[5] Rom. 8:29–30; Mat. 16:18; Ef. 4:3–6.
[6] Hch. 2:46; Sal. 71:18; 1 Cor. 11:26; Jn. 10:28–30; 1 Cor. 1:8–9.
[7] 1 Jn. 3:21; 1 Jn. 2:19; Gál. 3:28.
55. ¿Qué entiendes por la «comunión de los santos»?

Primero, que todos y cada uno de los creyentes, como miembros del Señor Jesucristo, son participantes con Él de todos Sus tesoros y dones [1]. Segundo, que cada uno tiene que sentirse obligado a usar sus dones pronta y gozosamente para el beneficio y bienestar de los otros miembros [2].

[1] 1 Jn. 1:3.
[2] 1 Cor. 12:12–13, 21; 13:5–6; Fil. 2:4–6; Heb. 3:14.

56. ¿Qué crees acerca del «perdón de los pecados»?

Que Dios, por amor a la satisfacción de Cristo [1], no recordará más mis pecados, ni la naturaleza pecaminosa con la que tengo que luchar durante toda mi vida [2]; sino que generosamente me imputa la justicia de Cristo, para que nunca más sea condenado [3].

[1] 1 Jn. 2:2.
[2] 2 Cor. 5:19, 21; Rom. 7:24–25; Sal. 103:3, 10–12; Jer. 31:34; Rom. 8:1–4.
[3] Jn. 3:18; Ef. 1:7; Rom. 4:7–8; 7:18.

Día del Señor 22

57. ¿Qué consuelo recibes de la «resurrección del cuerpo»?

Que no solamente mi alma después de esta vida será llevada inmediatamente a Cristo su Cabeza [1], sino que también este mi cuerpo, resucitado por el poder de Cristo, será unido otra vez con mi alma, y será hecho semejante al cuerpo glorioso de Cristo [2].

[1] Lc. 23:43; Fil. 1:21–23.
[2] 1 Cor. 15:53–54; Job 19:25–27; 1 Jn. 3:2.

58. ¿Qué consuelo recibes del artículo de la «vida eterna»?

Que, puesto que ahora siento en mi corazón el principio del gozo eterno [1], después de esta vida poseeré una completa bienaventuranza, tal que ningún ojo ha visto, ni oído escuchado, ni ha entrado al corazón del hombre [2], para que por ello alabe a Dios para siempre [3].

[1] 2 Cor. 5:2–3.
[2] 1 Cor. 2:9.
[3] Jn. 17:3; Rom. 8:23; 1 Ped. 1:8.

Día del Señor 23

59. ¿Cómo te ayuda ahora que crees todo esto?

Que soy justo en Cristo delante de Dios, y un heredero de la vida eterna [1].

[1] Hab. 2:4; Rom. 1:17; Jn. 3:36; Tit. 3:7; Rom. 5:1; Rom. 8:16.

60. ¿Cómo eres justo delante de Dios?

Solamente por la verdadera fe en Jesucristo [1]: es decir, aunque mi consciencia me acuse de que he pecado gravemente en contra de todos los mandamientos de Dios, y nunca he guardado ninguno de ellos [2], y siempre estoy inclinado a todo mal [3]; no obstante, Dios, sin ninguno mérito mío [4], por pura gracia [5], me otorga e imputa la perfecta satisfacción [6], justicia y santidad de Cristo [7], como si yo nunca hubiera cometido ni tenido ningún pecado, y como si yo mismo hubiese cumplido toda la obediencia que Cristo ha cumplido por mí [8], si tan solo acepto tal beneficio con un corazón creyente [9].

[1] Rom. 3:21–25; Gál. 2:16; Ef. 2:8–9; Fil. 3:9.
[2] Rom. 3:9–10.
[3] Rom. 7:23.
[4] Tit. 3:5.
[5] Rom. 3:24;Ef. 2:8.
[6] 1 Jn. 2:2.
[7] 1 Jn. 2:1; Rom. 4:4–5; 2 Cor. 5:19.
[8] 2 Cor. 5:21.
[9] Jn. 3:18; Rom. 3:28; Rom. 10:10.

61. ¿Por qué dices que eres justo por la fe solamente?

No porque yo sea aceptable a Dios por la dignidad de mi fe, sino porque solamente la satisfacción, justicia y santidad de Cristo es mi justicia delante de Dios [1]; y porque no puedo recibir de ninguna otra manera esa misma justicia y hacerla mía sino por la fe solamente [2].
[1] 1 Cor. 1:30; 2:2.
[2] 1 Jn. 5:10. Isa. 53:5; Gál. 3:22; Rom. 4:16.

Día del Señor 24

62. Pero, ¿por qué no pueden nuestras buenas obras ser el todo o parte de nuestra justicia delante de Dios?

Porque la justicia que puede permanecer delante del tribunal de Dios tiene que ser completamente perfecta y totalmente de acuerdo a la Ley divina [1]; en cambio, hasta nuestras mejores obras en esta vida son todas imperfectas y manchadas con el pecado [2].

[1] Gál. 3:10; Deut. 27:26.
[2] Isa. 64:6; Stg. 2:10; Fil. 3:12.

63. ¿No merecen nada nuestras buenas obras, aunque es la voluntad de Dios recompensarlas en esta vida y en la venidera?

La recompensa no se da por mérito, sino por gracia [1].

[1] Lc. 17:10; Rom. 11:6.
64. Pero esta doctrina, ¿no hace a los hombres descuidados y profanos?

No, porque es imposible que aquellos que están implantados en Cristo por la verdadera fe, no produzcan frutos de gratitud [1].

[1] Mat. 7:18; Rom. 6:1–2; Jn. 15:5.

Los Sacramentos

Día del Señor 25

65. Entonces, ya que somos hechos participantes de Cristo y de todos Sus beneficios por la fe solamente, ¿de dónde procede esta fe?

El Espíritu Santo produce la fe en nuestros corazones [1] por la predicación del Santo Evangelio, y la confirma por el uso de los santos sacramentos [2].

[1] Jn. 3:5; Rom. 10:17.
[2] Rom. 4:11; Hch. 8:37.

66. ¿Qué son los sacramentos?

Los sacramentos son señales santas y visibles, y sellos instituidos por Dios para este fin: para que por su uso Él nos declare y selle con la mejor claridad la promesa del Evangelio, a saber, que por pura gracia nos confiere el perdón de pecados y la vida eterna por amor al único sacrificio de Cristo realizado en la cruz [1].

[1] Gén. 17:11; Rom. 4:11; Deut. 30:6; Heb. 9:8–9; Ezek. 20:12.

67. ¿Están tanto la Palabra y los sacramentos diseñados para dirigir nuestra fe al sacrificio de Cristo en la cruz como el único fundamento de nuestra salvación?

Así es verdaderamente, porque el Espíritu Santo nos enseña en el Evangelio y nos asegura por los santos sacramentos, que toda nuestra salvación se fundamenta en el único sacrificio de Cristo hecho por nosotros en la cruz [1].

[1] Rom. 6:3; Gál. 3:27; Heb. 9:12; Acts 2:41–42.

68. ¿Cuántos sacramentos ha instituido Cristo en el Nuevo Testamento?

Dos: el Santo Bautismo y la Santa Cena.
El Santo Bautismo

Día del Señor 26

69. ¿Cómo se significa y sella en ti en el Santo Bautismo que tú tienes parte en el único sacrificio de Cristo en la cruz?

De esta manera: que Cristo instituyó este lavamiento exterior con agua [1] y le unió esta promesa [2], «que soy lavado con Su sangre y Espíritu de la contaminación de mi alma, es decir, de todos mis pecados, tan ciertamente como soy lavado externamente con agua, por la cual se quita comúnmente la suciedad del cuerpo» [3].

[1] Mat. 28:19–20; Hch. 2:38.
[2] Mat. 3:11; Mrc. 16:16; Rom. 6:3–4.
[3] Mrc. 1:4.

70. ¿Qué es ser lavado con la sangre y Espíritu de Cristo?

Es tener el perdón de pecados de Dios por gracia, por amor a la sangre de Cristo, la cual Él derramó por nosotros en Su sacrificio en la cruz [1]; y también ser renovados por el Espíritu Santo y santificados para ser miembros de Cristo, a fin de que muramos más y más al pecado y llevemos vidas santas y sin mancha [2].

[1] Heb. 12:24; 1 Ped. 1:2; Ap. 1:5; Zech. 13:1; Ez. 36:25–27.
[2] Jn. 1:33; 3:3; 1 Cor. 6:11; 12:13; Heb. 9:14.

71. ¿Dónde ha prometido Cristo que somos verdaderamente lavados con Su sangre y Espíritu al ser lavados con el agua del bautismo?

En la institución del Bautismo que dice: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» [1]. «El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado» [2]. Esta promesa se repite también donde la Escritura llama al Bautismo el lavamiento de la regeneración [3] y el lavamiento de pecados [4].

[1] Mat. 28:19
[2] Mrc. 16:16.
[3] Tit. 3:5.
[4] Hch. 22:16.

Día del Señor 27

72. Entonces, ¿es el mismo lavamiento externo con agua el lavamiento de los pecados?

No [1], porque solamente la sangre de Jesucristo y el Espíritu Santo nos limpian de todo pecado [2].

[1] 1 Ped. 3:21; Ef. 5:26.
[2] 1 Jn. 1:7; 1 Cor. 6:11.

73. Entonces, ¿por qué el Espíritu Santo llama al Bautismo el lavamiento de la regeneración y el lavamiento de pecados?

Dios habla así por una poderosa razón, a saber, no solamente para enseñarnos que tal como la suciedad del cuerpo se quita con el agua, así también nuestros pecados se quitan con la sangre y el Espíritu de Cristo [1]; sino mucho más, para que por esta divina promesa y señal nos asegure que realmente somos tan lavados de nuestros pecados espiritualmente así como nuestros cuerpos son lavados con agua [2].

[1] Ap. 7:14.
[2] Mrc. 16:16; Hch. 2:38.

74. ¿También se debe bautizar a los infantes?

Sí, porque ya que ellos, al igual que sus padres, pertenecen al pacto y pueblo de Dios [1], y a través de la sangre de Cristo [2] tanto la redención del pecado y el Espíritu Santo, quien produce la fe, se les promete a ellos no menos que a sus padres [3], ellos deben ser también incorporados a la Iglesia cristiana por medio del Bautismo, como una señal del pacto, y diferenciados de los hijos de los incrédulos [4], como se hacía en el Antiguo Testamento por la circuncisión [5], en lugar de la cual se ha instituido el Bautismo en el Nuevo Testamento [6].

[1] Gén. 17:7.
[2] Mat. 19:14.
[3] Lc. 1:14–15; Sal. 22:10; Hch. 2:39.
[4] Hch. 10:47
[5] Gén. 17:14.
[6] Col. 2:11–13.

La Santa Cena

Día del Señor 28

75. ¿Cómo se significa y sella en ti en la Santa Cena que tú participas del único sacrificio de Cristo en la cruz y de todos Sus beneficios?

De esta manera: que Cristo me ha mandado a mí y a todos los creyentes comer de este pan partido y beber de esta copa en memoria de Él, y ha unido a ellos estas promesas [1]: primero, que Su cuerpo fue ofrecido y partido en la cruz por mí, y Su sangre derramada por mí de una manera tan real como cuando veo con mis ojos que el pan del Señor es partido por mí y la copa me es comunicada; y segundo, que con Su cuerpo crucificado y sangre derramada Él mismo alimenta y nutre mi alma para vida eterna de una manera tan real como cuando recibo de la mano del ministro y pruebo con mi boca el pan y la copa del Señor, los cuales me son dados como señales verdaderas del cuerpo y sangre de Cristo.

[1] Mat. 26:26–28; Mrc. 14:22–24; Lc. 22:19–20; 1 Cor. 10:16–17; 11:23–25; 12:13.

76. ¿Qué significa comer el cuerpo crucificado y beber la sangre derramada de Cristo?

Significa no solamente aceptar con un corazón creyente todos los sufrimientos y muerte de Cristo, y por ello obtener el perdón de pecados y la vida eterna [1]; sino además de eso, estar de tal manera unido más y más a Su sagrado cuerpo por el Espíritu Santo [2], quien mora tanto en Cristo y en nosotros, que, aunque Él está en el cielo [3] y nosotros en la tierra, no obstante somos carne de Su carne y hueso de Sus huesos [4], y vivimos y somos gobernados para siempre por un Espíritu, como los miembros del mismo cuerpo son gobernados por un alma [5].

[1] Jn. 6:35, 40, 47–48, 50–54.
[2] Jn. 6:55–56.
[3] Hch. 3:21; 1 Cor. 11:26.
[4] Ef. 3:16–19; 5:29–30, 32; 1 Cor. 6:15, 17, 19; 1 Jn. 4:13.
[5] Jn.14:23; Jn. 6:56–58; Jn. 15:1–6; Ef. 4:15–16; Jn. 6:63.
77. ¿Dónde ha prometido Cristo que Él en verdad alimentará y nutrirá a los creyentes con Su cuerpo y sangre de una manera tan real como cuando ellos comen de este pan partido y beben de esta copa?

En la institución de la Cena que dice: «Que el Señor, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; estos es Mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de Mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga» [1].

Y el Apóstol Pablo repite también esta promesa donde dice: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan»[2].

[1] 1 Cor. 11:23-26.
[2] 1 Cor. 10:16–17.

Día del Señor 29

78. Entonces, ¿el pan y el vino se convierten en el verdadero cuerpo y sangre de Cristo?

No, sino que así como el agua en el Bautismo no se convierte en la sangre de Cristo, ni llega a ser el lavamiento mismo de los pecados, siendo únicamente la señal divina y la confirmación del lavamiento [1], así también en la Cena del Señor el pan sagrado [2] no se convierte en el cuerpo mismo de Cristo, aunque de acuerdo a la naturaleza y uso de los sacramentos es llamado el cuerpo de Cristo [3].

[1] Mat. 26:29.
[2] 1 Cor. 11:26–28.
[3] Ex. 12:26–27, 43, 48; 1 Cor. 10:1–4.

79. Entonces, ¿por qué Cristo llama al pan Su cuerpo, y a la copa Su sangre, o el Nuevo Testamento en Su sangre; y el Apóstol Pablo, la comunión del cuerpo y de la sangre de Cristo?

Cristo habla así por una poderosa razón, a saber, no solamente para enseñarnos por ello, que así como el pan y el vino sustentan esta vida temporal, así también Su cuerpo crucificado y sangre derramada son la verdadera comida y bebida de nuestras almas para la vida eterna [1]; sino mucho más, ya que por esta señal y garantía visible nos asegura que tan verdaderamente somos participantes de Su verdadero cuerpo y sangre por la obra del Espíritu Santo, como cuando recibimos por la boca del cuerpo estas santas señales en memoria de Él [2]; y que todos Sus sufrimientos y obediencia son tan ciertamente nuestras, como si nosotros mismos hubiéramos sufrido y hecho todo en nuestra propia persona.

[1] Jn. 6:51–55 (ver la pregunta 76).
[2] 1 Cor. 10:16–17 (ver la pregunta 78).

Día del Señor 30

80. ¿Qué diferencia hay entre la Cena del Señor y la Misa del Papa?

La Cena del Señor nos testifica que tenemos perdón completo de todos nuestros pecados por el único sacrificio de Jesucristo, que Él mismo realizó una sola vez en la cruz [1]; y que por el Espíritu Santo somos injertados en Cristo [2], quien, con Su verdadero cuerpo está ahora en el cielo a la derecha del Padre [3], y allí debe ser adorado [4]. Pero la Misa enseña que los vivos y los muertos no tienen el perdón de pecados a través de los sufrimientos de Cristo, a menos que Cristo todavía sea diariamente ofrecido a favor de ellos por los sacerdotes, y que Cristo está corporalmente bajo la forma del pan y el vino, y por lo tanto debe ser adorado en ellos. Y de este modo, la Misa fundamentalmente no es otra cosa que una negación del único sacrificio y sufrimiento de Jesucristo [5], y una idolatría maldita.

[1] Heb. 7:27; 9:12, 25–28; 10:10, 12, 14; Jn. 19:30.
[2] 1 Cor. 6:17.
[3] Heb. 1:3; 8:1.
[4] Jn. 4:21–24; 20:17;Lc. 24:52; Hch. 7:55; Col. 3:1; Fil. 3:20–21; 1 Tes. 1:9–10.
[5] Ver Hebreos capítulos 9 y 10; Mat. 4:10.

81. ¿Quiénes deben venir a la Mesa del Señor?

Aquellos que están indignados consigo mismos por sus pecados, mas sin embargo confían que estos pecados les son perdonados, y que sus debilidades que aún les quedan son cubiertas por el sufrimiento y muerte de Cristo; también aquellos que desean fortalecer más y más su fe y corregir sus vidas. Pero los que no se arrepienten y los hipócritas comen y beben juicio para sí mismos [1].

[1] 1 Cor. 10:19–22; 11:28–29; Sal. 51:3; Jn. 7:37–38; Sal. 103:1–4; Mat. 5:6.

82. Entonces, ¿también debe admitirse a esta Cena a aquellos que por su confesión y vida demuestran que son incrédulos e impíos?

No, porque de ese modo se profana el pacto de Dios y se provoca Su ira en contra de toda la congregación [1]; por lo tanto, la Iglesia cristiana está obligada, de acuerdo a la orden de Cristo y de Sus Apóstoles, a excluir a tales personas por el Oficio de las Llaves hasta que corrijan sus vidas.

[1] 1 Cor. 11:20, 34a; Isa. 1:11–15; 66:3; Jer. 7:21–23; Ps. 50:16–17; Matt. 7:6; 1 Cor. 11:30–32; Tit. 3:10–11; 2 Tes. 3:6.

Día del Señor 31

83. ¿Qué es el Oficio de las Llaves?

La predicación del Santo Evangelio y la disciplina cristiana; por estas dos el reino de los cielos se abre a los creyentes y se cierra en contra de los incrédulos [1].

[1] Mat. 16:18–19; 18:18; Jn. 20:23; Lc. 24:46–47; 1 Cor. 1:23–24.

84. ¿Cómo se abre y se cierra el reino de los cielos por la predicación del Santo Evangelio?

De esta manera: cuando, de acuerdo al mandamiento de Cristo, se proclama y testifica abiertamente a todos y cada uno de los creyentes, que siempre que ellos aceptan con verdadera fe la promesa del Evangelio, todos sus pecados les son verdaderamente perdonados por Dios por amor a los méritos de Cristo; y al contrario, a todos los que no creen, y a los hipócritas, que la ira de Dios y la condenación eterna permanecen sobre ellos siempre y cuando no se conviertan [1]. De acuerdo a este testimonio del Evangelio, Dios juzgará a los hombres tanto en esta vida como en la venidera.

[1] Jn. 20:21–23; Hch. 10:43; Isa. 58:1; 2 Cor. 2:15–16; Jn. 8:24.

85. ¿Cómo se cierra y abre el reino de los cielos por la disciplina cristiana?

De esta manera: si, de acuerdo al mandamiento de Cristo, aquellos que bajo el nombre de cristianos demuestran ser defectuosos en doctrina o en vida, y después de varias amonestaciones fraternales, no se arrepienten de sus errores o malos caminos, son denunciados a la iglesia o a sus oficiales; y, si también se niegan a escuchar a la iglesia y a sus oficiales, ellos les niegan los santos sacramentos y por ello se les excluye de la comunión cristiana, y por Dios mismo, del reino de Cristo; y si ellos prometen y muestran verdadera corrección, son nuevamente recibidos como miembros de Cristo y de Su iglesia [1].

[1] Mat. 18:15–18; 1 Cor. 5:3–5, 11; 2 Tes. 3:14–15; 2 Jn. 1:10–11.

TERCERA PARTE: GRATITUD

Día del Señor 32

86. Entonces, puesto que somos redimidos de nuestra miseria por gracia a través de Cristo, sin ningún mérito nuestro, ¿por qué tenemos que hacer buenas obras?

Porque Cristo, habiéndonos redimido por Su sangre, también nos renueva por Su Santo Espíritu de acuerdo a Su imagen, para que con toda nuestra vida nos mostremos agradecidos a Dios por Su bendición [1], y para que Él sea glorificado por medio de nosotros [2]; también, para que nosotros mismos estemos seguros de nuestra fe por los frutos de la misma [3]; y por nuestra conducta piadosa ganemos también a otros para Cristo [4].

[1] Rom. 6:13; 12:1–2; 1 Ped. 2:5, 9–10; 1 Cor. 6:20.
[2] Mat. 5:16; 1 Ped. 2:12.
[3] Mat. 7:17–18; Gál. 5:6,22–23.
[4] Rom. 14:19; 1 Ped. 3:1–2; 2 Ped. 1:10.

87. Entonces, ¿no pueden salvarse aquellos que no se convierten a Dios, y no abandonan su vida de ingratitud e impenitencia?

De ninguna manera, porque, como dice la Escritura, ningún fornicario, idólatra, adúltero, ladrón, codicioso, borracho, maldiciente y demás heredarán el reino de Dios [1].

[1] 1 Cor. 6:9–10; Ef. 5:5–6; 1 Jn. 3:14–15.

Día del Señor 33

88. ¿De cuántas partes se compone el verdadero arrepentimiento o conversión?

De dos: la muerte del viejo hombre, y la vivificación del nuevo [1].

[1] Rom. 6:4–6; Ef. 4:22–24; Col. 3:5–10; 1 Cor. 5:7.
89. ¿Qué es la muerte del viejo hombre?

Un dolor sincero por el pecado, que nos haga odiarlo y abandonarlo más y más [1].

[1] Rom. 8:13; Joel 2:13.

90. ¿Qué es la vivificación del nuevo hombre?

Un gozo sincero en Dios a través de Cristo [1], que nos haga deleitarnos en vivir de acuerdo a la voluntad de Dios en toda clase de buenas obras [2].

[1] Rom. 5:1; 14:17; Isa. 57:15.
[2] Rom. 8:10–11; Gál. 2:20; Rom. 7:22.

91. ¿Qué son las buenas obras?

Solamente aquellas que proceden de la verdadera fe [1], que se hacen de acuerdo a la Ley de Dios [2], y para Su gloria [3]; y no las que descansan en nuestra propia opinión [4] o en mandamientos de hombres [5].

[1] Rom. 14:23.
[2] 1 Sam. 15:22; Ef. 2:10.
[3] 1 Cor. 10:31.
[4] Deut. 12:32; Ez. 20:18, 20; Isa. 29:13.
[5]Mat. 15:9; Núm. 15:39.

La Ley de Dios

92. ¿Cuál es la Ley de Dios?

«Y habló Dios todas estas palabras diciendo»:

Primer Mandamiento

«Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de Mí».

Segundo Mandamiento

«No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que Me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que Me aman y guardan Mis mandamientos».

Tercer Mandamiento

«No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tome Su Nombre en vano».

Cuarto Mandamiento

«Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó».

Quinto Mandamiento

«Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da».

Sexto Mandamiento

«No matarás».

Séptimo Mandamiento

«No cometerás adulterio».

Octavo Mandamiento

«No robarás».

Noveno Mandamiento

«No hablarás contra tu prójimo falso testimonio».

Décimo Mandamiento

«No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» [1].

[1] Ex. 20; Deut. 5; Matt. 5:17–19; Rom. 10:5; Rom. 3:31; Sal. 119:9.

Día del Señor 34

93. ¿Cómo se dividen estos mandamientos?

En dos tablas [1]: la primera enseña, en cuatro mandamientos, las obligaciones que le debemos a Dios; la segunda, las obligaciones que le debemos a nuestro prójimo [2].

[1] Ex. 34:28; Deut. 4:13.
[ 2] Mat. 22:37–40.

94. ¿Qué ordena Dios en el primer mandamiento?

Que yo, si no quiero poner en riesgo mi salvación, evite y huya de toda idolatría [1], hechicería, encantamientos [2], invocación de santos o de otras criaturas [3]; y que yo reconozca correctamente al único verdadero Dios [4], confíe en Él solamente [5], con toda humildad [6] y paciencia [7] espere todo bien de Él solamente [8], y lo ame [9], tema [10] y honre [11] con todo mi corazón; de tal manera que renuncie a todas las criaturas antes que cometer la menor cosa en contra de Su voluntad [12].

[1] 1 Cor. 10:7, 14.
[2] Lev. 19:31; Deut. 18:10–12.
[3] Mat. 4:10; Ap. 19:10; 22:8–9.
[4] Jn. 17:3.
[5] Jer. 17:5.
[6] 1 Ped. 5:5–6.
[7] Heb. 10:36; Col. 1:10b–11; Rom. 5:3–4; 1 Cor. 10:10.
[8] Sal. 104:27–30; Isa. 45:6b–7; Stg. 1:17.
[9] Deut. 6:5.
[10] Deut. 6:2; Sal. 111:10; Prov. 9:10; Mat. 10:28.
[11] Deut. 10:20.
[12] Mat. 5:29–30; 10:37; Hch. 5:29.

95. ¿Qué es la idolatría?

La idolatría es concebir o tener algo más en lo cual pongamos nuestra confianza en lugar de, o junto al, único verdadero Dios que se ha revelado a Sí mismo en Su Palabra [1].

[1] Ef. 5:5; Fil. 3:19; Ef. 2:12; Jn. 2:23; 2 Jn. 1:9; Jn. 5:23; Sal. 81:8–9; Mat. 6:24; Sal. 62:5–7 Sal. 73:25–26.

Día del Señor 35

96. ¿Qué ordena Dios en el segundo mandamiento?

Que de ninguna manera hagamos alguna imagen de Dios [1], ni lo adoremos de ninguna otra forma que la que Él nos ha mandado en Su Palabra [2].

[1] Deut. 4:15–19; Isa. 40:18, 25. Rom. 1:22–24; Hch. 17:29.
[2] 1 Sam. 15:23; Deut. 12:30–32; Mat. 15:9; Deut. 4:23–24; Jn. 4:24.

97. ¿No debemos hacer en lo absoluto ninguna imagen?

Dios no debe ni puede ser representado de ninguna manera; con respecto a las criaturas, aunque puedan ser representadas, sin embargo Dios prohíbe hacer o tener cualquier imagen de ellas, ya sea para adorarlas, o servir a Dios por medio de ellas [1].

[1] Ex. 23:24–25; 34:13–14; Deut. 7:5; 12:3; 16:22; 2 Reyes. 18:4; Jn. 1:18.

98. Pero, ¿no deben tolerarse las imágenes en las iglesias como libros para la gente?

No, porque no debemos ser más sabios que Dios, quien no quiere enseñar a Su pueblo por imágenes mudas [1], sino por la predicación viva de Su Palabra [2].

[1] Jer. 10:8; Hab. 2:18–19.
[2] 2 Ped. 1:19; 2 Tim. 3:16–17; Rom. 10:17.

Día del Señor 36

99. ¿Qué se ordena en el tercer mandamiento?

Que no profanemos o abusemos del Nombre de Dios por medio de maldiciones [1], falsos juramentos [2], ni tampoco por juramentos innecesarios [3]; ni tampoco que por nuestro silencio y complicidad con otros, participemos de estos horribles pecados; y en resumen, que solamente usemos el santo Nombre de Dios con temor y reverencia [4], para que así Él sea correctamente confesado [5] y adorado por nosotros [6], y sea glorificado en todas nuestras palabras y acciones [7].

[1] Lev. 24:10–16.
[2] Lev. 19:12.
[3] Mat. 5:37; Stg. 5:12.
[4] Isa. 45:23.
[5] Mat. 10:32.
[6] 1 Tim. 2:8.
[7] Rom. 2:24; 1 Tim. 6:1; Col. 3:16–17; 1 Ped. 3:15.

100. ¿Es la profanación del nombre de Dios por medio de juramentos y maldiciones, un gravísimo pecado que Su ira se enciende también en contra de aquellos que no ayudan en lo que pueden a detener y prohibir este pecado?

Absolutamente [1], porque no hay pecado más grande y que más provoque a Dios que la profanación de Su Nombre; por esa razón, Él incluso mandó que fuese castigado con la muerte [2].

[1] Lev. 5:1
[2] Lev. 24:15–16; Lev. 19:12; Prov. 29:24–25.

Día del Señor 37

101. Pero, ¿podemos jurar reverentemente en el Nombre de Dios?

Sí, cuando el gobierno lo requiera, o cuando por otra razón sea necesario, para mantener y promover la fidelidad y la verdad para la gloria de Dios y el bien de nuestro prójimo; pues tal forma de jurar está fundamentada en la Palabra de Dios [1], y por lo tanto fue usada correctamente por los santos en el Antiguo y Nuevo Testamentos [2].

[1] Deut. 10:20; Isa. 48:1; Heb. 6:16.
[2] Gén. 21:24; 31:53–54; Jos. 9:15, 19; 1 Sam. 24:22; 1 Reyes. 1:29;Rom. 1:9.

102. ¿Podemos jurar por «los santos» o por cualquier otra criatura?

No, porque un juramento legítimo es una invocación de Dios, para que Él, como el único escudriñador del corazón, dé testimonio de la verdad y me castigue si juro falsamente [1]; este honor no le corresponde a ninguna criatura [2].

[1] 2 Cor. 1:23.
[2] Mat. 5:34–36; Jer. 5:7; Isa. 65:16.

Día del Señor 38

103. ¿Qué ordena Dios en el cuarto mandamiento?

En primer lugar, Dios desea que se mantengan el ministerio del Evangelio y de las escuelas [1]; y que yo, especialmente en el día de reposo, asista diligentemente a la Iglesia [2] para aprender la Palabra de Dios [3], para usar los santos sacramentos [4], para invocar públicamente el nombre de Dios [5], y para ofrendar como cristiano [6]. En segundo lugar, que todos los días de mi vida descanse de mis malas obras, y permita que el Señor actúe en mí por Su Espíritu, y de este modo empiece en esta vida el sábado eterno [7].

[1] Tit. 1:5; 1 Tim. 3:14–15; 4:13–14; 5:17; 1 Cor. 9:11, 13–14.
[2] 2 Tim. 2:2, 15; Sal. 40:10–11; 68:26; Hch. 2:42, 46.
[3] 1 Cor. 14:19, 29, 31.
[4] 1 Cor. 11:33.
[5] 1 Tim. 2:1–2, 8–10; 1 Cor. 14:16.
[6] 1 Cor. 16:2.
[7] Isa. 66:23; Gál. 6:6; Hch. 20:7; Heb. 4:9–10.

Día del Señor 39

104. ¿Qué ordena Dios en el quinto mandamiento?

Que yo muestre todo honor, amor y fidelidad a mi padre y a mi madre [1], y a toda autoridad sobre mí [2]; que me someta con debida obediencia a toda su buena instrucción y corrección, y que también soporte pacientemente sus debilidades, ya que es la voluntad de Dios gobernarnos por medio de ellos [3].

[1] Ef. 6:22; Ef. 6:1–6; Col. 3:18, 20–24; Prov. 1:8–9; 4:1; 15:20; 20:20; Ex. 21:17; Gen. 9:24–25.
[2] Rom. 13:1; 1 Ped. 2:18; Rom. 13:2–7; Mat. 22:21.
[3] Ef. 6:4, 9; Col. 3:19, 21; Prov. 30:17; Deut. 27:16; Deut. 32:24; Prov. 13:24; 1 Tim. 2:1–2; 1 Tim. 5:17; Heb. 13:17–18.

Día del Señor 40

105. ¿Qué ordena Dios en el sexto mandamiento?

Que yo no injurie, odie, insulte o mate a mi prójimo ya sea en pensamiento, palabra o actitud, y mucho menos por mis acciones, ya sea por mí mismo o por alguien más [1], sino que renuncie a todo deseo de venganza [2]; además, que no me haga daño a mí mismo, ni que obstinadamente me exponga al peligro [3]. Por eso es que también para impedir el asesinato el gobierno está armado con la espada [4].

[1] Mat. 5:21–22; 26:52; Gén. 9:6.
[2] Ef. 4:26; Rom. 1:19; Mat. 5:25; 18:35.
[3] Mat. 4:7; Rom. 13:14; Col. 2:23.
[4] Ex. 21:14; Mat. 18:6–7.

106. ¿Este mandamiento habla solamente de matar?

No, sino que al prohibir el asesinato, Dios nos enseña que Él aborrece Su misma raíz, a saber, la envidia [1], el odio [2], la ira [3] y el deseo de venganza; y que a Su vista todos estos son asesinatos ocultos [4].

[1] Rom. 1:28–32.
[2] 1 Jn. 2:9–11.
[3] Stg. 2:13; Gál. 5:19–21.
[4] 1 Jn. 3:15 Stg. 3:16; 1:19.

107. Pero, ¿todo lo que se nos ordena es que no matemos a nuestro prójimo?

No, porque al condenar la envidia, el odio y la ira, Dios nos ordena que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos [1], que mostremos paciencia, paz, mansedumbre [2], misericordia [3] y amabilidad [4] hacia el prójimo, y prevenirle cualquier daño tanto como sea posible [5]; también, que hagamos bien incluso a nuestros enemigos [6].

[1] Mat. 7:12; 22:39.
[2] Ef. 4:2; Gál. 6:1–2; Rom. 12:18.
[3] Mat. 5:7; Lc. 6:36.
[4] Rom. 12:10.
[5] Ex. 23:5.
[6] Mat. 5:44–45; Rom. 12:20–21; Col. 3:12–14; Mat. 5:9.

Día del Señor 41

108. ¿Qué nos enseña el séptimo mandamiento?

Que Dios maldice toda impureza [1], y que nosotros por lo tanto tenemos que detestarla con todo nuestro corazón [2], y vivir santa y decorosamente [3], ya sea en el santo estado de matrimonio o en la vida de soltería [4].

[1] Lev. 18:27–28.
[2] Judas 1:22–23.
[3] 1 Tes. 4:3–5.
[4] Heb. 13:4; 1 Cor. 7:1–4.

109. ¿Sólo prohíbe Dios en este mandamiento el adulterio y otros pecados ofensivos semejantes?

Puesto que nuestro cuerpo y alma son templos del Espíritu Santo, es la voluntad de Dios que los preservemos puros y santos; por lo tanto, Él prohíbe todas las acciones impuras, gestos, palabras [1], pensamientos, deseos [2] y cualquier cosa que nos incite a ello [3].

[1] Ef. 5:3–4; 1 Cor. 6:18–20.
[2] Mt. 5:27–30.
[3] Ef. 5:18–19; 1 Cor. 15:33.

Día del Señor 42

110. ¿Qué prohíbe Dios en el octavo mandamiento?

Dios prohíbe no solamente el robo [1] y la estafa [2] que son castigados por el gobierno, sino que Dios ve como robo también todas las malvadas trampas y artefactos por los cuales buscamos adueñarnos de los bienes de nuestro prójimo, ya sea por la fuerza o por engaño [3], tales como pesas injustas [4], medidas [5], productos, monedas, usura [6] o por medio de cualquier medio prohibido por Dios; también prohíbe toda codicia [7] y el mal uso y desperdicio de Sus dones [8].

[1] 1 Cor. 6:10.
[2] 1 Cor. 5:10.
[3] Lc. 3:14; 1 Tes. 4:6.
[4] Prov. 11:1; 16:11.
[5] Ez. 45:9–10. Deut. 25:13–15.
[6] Sal. 15:5; Lc. 6:35.
[7] 1 Cor. 6:10.
[8] Prov. 5:10; 1 Tim. 6:10; Jn. 6:12.

111. Pero, ¿qué te ordena Dios en este mandamiento?

Que yo promueva el bien de mi prójimo donde y siempre que pueda, que lo trate como quisiera que otros me traten a mí [1], y que trabaje fielmente para que pueda ayudar a los pobres en sus necesidades [2].
[1] Mat. 7:12.
[2] Ef. 4:28; Fil. 2:4; Gén. 3:19; 1 Tim. 6:6–7.
Día del Señor 43

112. ¿Qué ordena el noveno mandamiento?

Que no dé falso testimonio en contra de nadie [1], que no malinterprete las palabras de los demás [2], que no sea calumniador o difamador [3], que no me una en condenar a nadie sin haberlo escuchado o apresuradamente [4]; sino que bajo amenaza de la ira de Dios, evite toda mentira y engaño [5] como las mismas obras del diablo [6]; y que en asuntos de juicio y justicia como en cualquier otro asunto, ame, hable honestamente y confiese la verdad [7]; también, en la medida de mis posibilidades, que defienda y promueva el buen nombre de mi prójimo [8].

[1] Prov. 19:5, 9.
[2] Sal. 15:3.
[3] Rom. 1:28–30.
[4] Mat. 7:1–2. Lc. 6:37.
[5] Jn. 8:44.
[6] Prov. 12:22; 13:5.
[7] 1 Cor. 13:6; Ef. 4:25.
[8] 1 Ped. 4:8; Jn. 7:24, 51; 1 Ped. 2:21, 23; Col. 4:6; 1 Ped 3:9.

Día del Señor 44

113. ¿Qué ordena el décimo mandamiento?

Que ni la más mínima inclinación o pensamiento en contra de cualquier mandamiento de Dios jamás entre a nuestro corazón, sino que con todo nuestro corazón continuamente odiemos todo pecado y nos gocemos en toda justicia [1].

[1] Rom. 7:7–8; Prov. 4:23; Stg. 1:14–15; Mat. 15:11, 19–20.

114. ¿Pueden aquellos que se convierten a Dios guardar estos mandamientos perfectamente?

No, sino que incluso los hombres más santos, mientras que estén en esta vida, tienen solamente un pequeño principio de una obediencia perfecta [1]; mas sin embargo, con un genuino propósito ellos empiezan a vivir no solamente de acuerdo a algunos, sino de acuerdo a todos los mandamientos de Dios [2].

[1] 1 Jn. 1:8–10; Rom. 7:14–15; Ecl. 7:20.
[2] Rom. 7:22; Stg. 2:10–11; Job 9:2–3; Sal. 19:13.

115. Entonces, ¿por qué Dios nos ordena tan estrictamente los Diez Mandamientos, ya que en esta vida nadie los puede obedecer?

Primero, para que durante toda nuestra vida podamos aprender más y más a conocer nuestra naturaleza pecaminosa [1], y deseemos con todo fervor buscar el perdón de pecados y la justicia en Cristo [2]; segundo, para que sin cesar le pidamos diligentemente a Dios la gracia del Espíritu Santo para ser renovados más y más conforme a la imagen de Dios, hasta que alcancemos la meta de la perfección después de esta vida [3].

[1] 1 Jn. 1:9; Sal. 32:5.
[2] Rom. 7:24–25.
[3] 1 Cor. 9:24–25; Fil. 3:12–14; Mat. 5:6; Sal. 51:12.
Día del Señor 45

116. ¿Por qué es necesaria la oración para los cristianos?

Porque es la parte principal de la gratitud que Dios requiere de nosotros [1], y porque Dios dará Su gracia y Santo Espíritu solamente a aquellos que fervorosamente y sin cesar se lo piden a Él, y le dan gracias por ellos [2].

[1] Sal. 50:14–15.
[2] Mat. 7:7–8; Lc. 11:9–10, 13; Mat. 13:12; Ef. 6:18.

117. ¿Cuáles son las partes de una oración que es aceptable a Dios y que Él escuchará?

Primero, que con todo nuestro corazón [1] le pidamos al único verdadero Dios, quien se nos ha revelado en Su Palabra [2], todo lo que Él nos ha mandado que le pidamos [3]; segundo, que conozcamos completamente nuestra necesidad y miseria [4], para que nos humillemos en la presencia de Su divina majestad [5]; tercero, que estemos firmemente seguros [6] de que a pesar de nuestra indignidad, Él, por amor a Cristo nuestro Señor, con certeza escuchará nuestra oración [7], tal y como nos lo ha prometido en Su Palabra [8].

[1] Jn. 4:22–24.
[2] Rom. 8:26; 1 Jn. 5:14.
[3] Sal. 27:8.
[4] 2 Crón. 20:12.
[5] Sal. 2:10; 34:18; Isa. 66:2.
[6]Rom. 10:14; Stg. 1:6.
[7] Jn. 14:13–16; Dan. 9:17–18.
[8] Mat. 7:8; Sal. 143:1; Lc. 18:13.

118. ¿Qué nos ha mandado Dios que le pidamos?

Todas las cosas necesarias para el alma y el cuerpo [1], las cuales Cristo nuestro Señor ha resumido en la oración que Él mismo nos enseñó.

[1] Stg. 1:17. Mat. 6:33. 1 Ped. 5:7. Fil. 4:6.
119. ¿Cuál es la Oración del Señor?

«Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu Nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén» [1].

[1] Mat. 6:9–13; Lc. 11:2–4.

Día del Señor 46

120. ¿Por qué Cristo nos mandó dirigirnos a Dios diciendo: «Padre nuestro»?

Para despertar en nosotros desde el mero principio de nuestra oración una reverencia tal como la de un niño y una confianza en Dios, las cuales deben ser el fundamento de nuestra oración, a saber, que Dios ha llegado a ser nuestro Padre a través de Cristo, y que Él nos dará lo que le pidamos con fe con una seguridad mayor con la que nuestros padres nos dan cosas terrenales [1].

[1] Mat. 7:9–11; Lc. 11:11–13; 1 Ped. 1:17; Isa. 63:16.

121. ¿Por qué se añade: «en los cielos»?

Para que no tengamos ninguna idea terrenal de la majestad celestial de Dios [1], y que esperemos de Su poder todopoderoso todas las cosas necesarias para el cuerpo y el alma [1].

[1] Jer. 23:23–24; Hch. 17:24–25, 27.
[2] Rom. 10:12; 1 Reyes. 8:28; Sal. 115:3.

Día del Señor 47

122. ¿Cuál es la primera petición?

«Santificado sea Tu Nombre», es decir, concédenos primeramente conocerte correctamente [1], y santificar, magnificar y alabarte en todas Tus obras, en las cuales brillan Tu poder, bondad, justicia, misericordia y verdad [2]; y segundo, para que ordenemos toda nuestra vida, nuestros pensamientos, palabras y acciones para que Tu Nombre no sea blasfemado, sino honrado y alabado por nosotros [3].

[1] Jn. 17:3; Mat. 16:17; Stg. 1:5; Sal. 119:105.
[2] Sal. 119:137; Rom. 11:33–36.
[3] Sal. 71:8; Sal. 100:3–4; Sal. 92:1–2; Ef. 1:16–17; Sal. 71:16.

Día del Señor 48

123. ¿Cuál es la segunda petición?

«Venga Tu reino», es decir, gobiérnanos de tal manera por Tu Palabra y Espíritu, para que nos sometamos a Ti siempre más y más [1]; preserva y haz crecer a Tu Iglesia [2]; destruye las obras del diablo, todo poder que se exalte contra Ti, y todas las impías estrategias que se forman contra Tu Santa Palabra [3], hasta que venga la plenitud de Tu reino [4], cuando Tú serás todo en todos [5].

[1] Sal. 119:5; 143:10.
[2] Sal. 51:18; 122:6–7.
[3] 1 Jn. 3:8; Rom. 16:20.
[4] Ap. 22:17, 20; Rom. 8:22–23.
[5]1 Cor. 15:28; Sal. 102:12–13; Heb. 12:28; Ap. 11:15; 1 Cor. 15:24.

Día del Señor 49

124. ¿Cuál es la tercera petición?

«Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra», es decir, concede que nosotros y todos los hombres renunciemos a nuestra propia voluntad [1], y que sin rebelarnos obedezcamos Tu voluntad, que es la única buena [2]; para que cada uno pueda cumplir su oficio y vocación tan voluntaria y fielmente [3] como lo hacen los ángeles en el cielo [4].

[1] Mat. 16:24.
[2] Lc. 22:42; Tit. 2:12.
[3] 1 Cor. 7:24.
[4] Sal. 103:20–21; Rom. 12:2; Heb. 13:21.

Día del Señor 50

125. ¿Cuál es la cuarta petición?

«El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy», es decir, dígnate en proveer todo lo que necesitamos para el cuerpo [1], para que por ello reconozcamos que Tú eres la única fuente de todo bien [2], y que sin Tu bendición ni nuestros cuidados y trabajo, ni Tus bendiciones, nos pueden beneficiar [3]; para que, por esa razón, quitemos nuestra confianza de todas las criaturas y la pongamos solamente en Ti [4].

[1] Sal. 104:27–28; 145:15–16; Mat. 6:25–26.
[2] Hch. 14:17; 17:27–28.
[3] 1 Cor. 15:58; Deut. 8:3; Sal. 37:3–7, 16–17.
[4] Sal. 55:22; 62:10; Sal. 127:1–2; Jer. 17:5, 7; Sal. 146:2–3.

Día del Señor 51

126. ¿Cuál es la quinta petición?

«Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», es decir, dígnate, por amor a la sangre de Cristo, no imputarnos a nosotros miserables pecadores, nuestras muchas transgresiones, ni el mal que siempre está arraigado en nosotros [1]; así como también nosotros encontramos este testimonio de Tu gracia en nosotros: que es nuestra sincera intención perdonar de todo corazón a nuestro prójimo [2].

[1] Sal. 51:1–4; 143:2; 1 Jn. 2:1–2.
[2] Mat. 6:14–15; Sal. 51:5–7; Ef. 1:7.

Día del Señor 52

127. ¿Cuál es la sexta petición?

«Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal», es decir, puesto que somos tan débiles en nosotros mismos que no podemos subsistir ni un solo momento [1], y además de que nuestros enemigos mortales como el diablo [2], el mundo [3] y nuestra propia carne [4], nos atacan sin cesar, dígnate preservarnos y fortalecernos por el poder de Tu Santo Espíritu, para que podamos estar firmes en contra de ellos y no ser derrotados en esta guerra espiritual [5], hasta que finalmente logremos la victoria completa [6].

[1] Jn. 15:5; Sal. 103:14–16.
[2] 1 Ped. 5:8–9; Ef. 6:12–13.
[3] Jn. 15:19.
[4] Rom. 7:23; Gál. 5:17.
[5] Mat. 26:41; Mrc. 13:33.
[6] 1 Tes. 3:13; 5:23–24; 2 Cor. 12:7.

128. ¿Cómo terminas esta oración?

«Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos», es decir, todo esto Te pedimos, porque como nuestro Rey que tiene poder sobre todas las cosas, quieres y puedes darnos todo bien [1]; y para que por ello no nosotros, sino Tu santo Nombre sea glorificado para siempre [2].

[1] Rom. 10:11–12; 2 Ped. 2:9.
[2] Jn. 14:13; Sal. 115:1.

129. ¿Qué quiere decir la palabra «Amén»?

«Amén» quiere decir: esto es verdadero y cierto. Porque mi oración es mucho más ciertamente escuchada por Dios que lo que yo siento en mi corazón que he deseado estas cosas de Él [1].

[1] 2 Cor. 1:20; 2 Tim. 2:13; Sal. 145:18–19.
«Y a Aquel que es poderoso
Para hacer todas las cosas
Mucho más abundantemente
De lo que pedimos o entendemos,
Según el poder que actúa en nosotros,
A Él sea la gloria en la iglesia en Cristo Jesús
Por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén».

Efesios 3:20-21